En las últimas décadas hemos asistido a la emergencia de una nueva figura interdisciplinaria, que se mueve entre los campos de la medicina, la psicología y la espiritualidad: la de la persona que acompaña a aquel que está en un momento delicado de su vida. Figuras como la doula, los patient navigators o, más recientemente, el tanatólogo, han surgido como respuesta a procesos cada vez más medicalizados: la doula, ayudando a la mujer durante el embarazo y el puerperio; los “patient navigators” norteamericanos, brindando apoyo emocional y logístico a los pacientes oncológicos de comunidades vulnerables; y, en fin, el tanatólogo, acompañando a la persona en el proceso de la muerte y del duelo. Todos ellos tienen en común el devolver humanidad a procesos cada vez más tecnificados.