Es dudoso que lo sucedido con los políticos en los últimos tiempos esté llevando a reflexionar a los profesionales. A pesar de que debieran hacerlo, y pronto. Los políticos, como los monarcas, los jueces, los sacerdotes o los médicos, han venido detentando tradicionalmente roles de excepción, socialmente privilegiados. Se preguntará que dónde está ese privilegio. Y la respuesta no puede ser otra que en el gran poder social que gestionan. Esto es obvio en roles tales como el de político o el de juez. Pero lo es también en el del médico. Gestionar un valor socialmente muy apreciado, como la justicia, o la vida, sobre todo cuando además se detenta la capacidad de normativizar la vida de los demás diciéndoles qué deben y qué no, es por definición un gran poder social, lo que a la vez dota a quien lo posee un lugar de excepción en la dinámica social. Las profesiones son roles sociales positivamente privilegiados. Es decir, privilegios.